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La lluvia que no llega: Cómo combatimos los efectos de la crisis climática en Turkana

Todos los años, al llegar marzo, los ojos de los Turkana se alzan al cielo y buscan las nubes siguiendo una intuición ancestral. Ese mes marca el inicio de la época de lluvias, del agua abundante que refresca este distrito árido y seco, rellena los embalses y riega los cultivos de las tribus que habitan esta zona desde tiempos inmemoriales. Hasta ahora.

Pronto se cumplirán cinco años desde el primer marzo en que los Turkana escrutaron el cielo y sólo encontraron un sol abrasador que agrietó la tierra y secó sus gargantas durante las semanas siguientes. A veces el horizonte se cubría de nubes y todos -ancianos, adultos y niños- aguardaban esperanzados el estallido de una gran tormenta. Pero la lluvia que caía finalmente era débil e insuficiente para abastecer a la población. Los cultivos comenzaron a marchitarse. Y muchos pastores tuvieron que sacrificar a su ganado.

Kenia es actualmente uno de los países más afectados por la grave sequía que asola el Cuerno de África, tras cuatro temporadas fallidas de lluvias y el inicio tardío de la época corta de lluvias del pasado año. Según cálculos de la Autoridad Nacional de Gestión de la Sequía (NDMA), la inseguridad alimentaria causada por esta crisis climática afecta ya a unos 4,35 millones de personas.

Turkana, entre las regiones más afectadas

La escasez de agua ha malogrado las cosechas y diezmado el ganado, provocando el desplazamiento de cientos de miles de personas y elevando el riesgo de que aumenten los conflictos entre comunidades por el control de los recursos naturales.

Actualmente, de los 47 condados de Kenia, catorce se encuentran en estado de alarma -incluido Turkana- debido a una desnutrición generalizada que ya afecta a 942.000 niños menores de cinco años y a 134.000 mujeres embarazadas o lactantes.

Tras la pandemia de Covid-19, esta sequía interminable -la más grave de los últimos cuarenta años- ha truncado la tímida recuperación económica de Turkana y ha aumentado la vulnerabilidad de mujeres y niñas, que tradicionalmente son las encargadas de buscar agua para sus familias y cada vez se ven obligadas a recorrer distancias más largas para encontrarla.

Medidas de ayuda desde FMLC

Conscientes de la gravedad de esta situación, desde nuestro dispensario médico hemos intensificado la actividad de la clínica móvil que ofrece ayuda médica a las comunidades dispersas del área de Todonyang y Kapedor, y mantenemos un servicio de atención prenatal para mujeres embarazadas, con el fin de prestarles asistencia durante toda la gestación, incluido el momento del parto.

Asimismo, tanto en el centro médico como en nuestra escuela -el Centro Emmanuel para el Desarrollo– hemos excavado dos pozos que abastecen de agua potable a las comunidades locales y, además, nos permiten mantener un huerto de frutas y hortalizas con el que completamos la dieta de los 153 alumnos del centro, a los que también proporcionamos atención nutricional.

Desde FMLC no podemos controlar la lluvia, pero sí está en nuestra mano crear las condiciones necesarias para que las comunidades vulnerables de Todonyang y Kapedor puedan sobrevivir a este difícil presente. Aumentando las fuentes de agua potable, ofreciendo atención médica básica a los habitantes de Turkana y proporcionando a sus hijos acceso a la educación conseguiremos ayudarlos a construirse un futuro mejor, en un mundo cada vez más cambiante.

 

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