PILAR PASTOR, PSICOTERAPEUTA DE FMLC
En líneas generales el proceso de duelo se define como el proceso normal y necesario de adaptación a una pérdida. La pérdida puede ser ampliamente entendida como pérdida de un ser querido, una ruptura sentimental, pérdida de empleo o de rol, etc.
En este artículo, centraremos nuestra atención en la pérdida de un ser querido. Adentrarse en los elementos que componen esta definición da una pista de la profundidad del significado del duelo.
El duelo es un proceso
La primera acepción de “Proceso” en el diccionario de la Real Academia de la Lengua es “Acción de ir hacia adelante”. El proceso de duelo es un proceso cambiante, con subidas y bajadas, pero que, como su definición indica, siempre va hacia adelante e implica movimiento y acción.
Una parte importante de la resolución del duelo pasa por que el doliente tome parte activa en él, es decir, es una cuestión de decisión y de que la persona afectada se haga responsable de su proceso. El tiempo ayuda a poner distancia con el hecho en sí, a adquirir perspectiva, reflexionar y dolerse. Sin embargo, el tiempo no es curativo en sí mismo: lo curativo es lo que el doliente hace y se permite sentir durante ese periodo.
En este sentido, el deudo puede elegir sobre “cómo” resolver el duelo, es decir: cómo afrontar el vacío de la pérdida, como resolver la duda de qué hacer con las pertenencias del fallecido, permitirse dejar sentir el dolor o no, pedir ayuda o no. Sigmund Freud lo definía como “el trabajo del duelo” en referencia a la parte activa -de acción y compromiso- que conlleva la resolución y afrontamiento de este proceso.
El duelo es un proceso normal
El experto Doug Manning habla del duelo en estos términos: “El duelo es tan natural como llorar cuando te lastimas, dormir cuando estás cansado, comer cuando tienes hambre y estornudar cuando te pica la nariz. Es la manera que tiene la naturaleza de sanar un corazón roto”. Es normal sentir dolor cuando perdemos a alguien, es normal sentirnos confusos y perdidos. En palabras de Worden: “Es imposible no sentir cierto nivel de dolor cuando muere alguien a quien estábamos vinculados”.
Sentir dolor es necesario. En cierta medida, el dolor nos empuja a estar con nosotros mismos, con los recuerdos, con los porqués, repasando la experiencia de muerte. Anima a la introspección y al llanto, dos factores que son de gran ayuda para la asimilación y aceptación de la pérdida.