David Oslé, psicólogo infanto-juvenil de FMLC
La muerte provoca reacciones cognitivas, conductuales y emocionales en todas aquellas personas cercanas al fallecido, al igual que ocurre con los niños y adolescentes. Por lo general, estas reacciones suelen empezar en todos los dolientes en el momento en el que se sufre la pérdida. En ese instante, surge un sentimiento de profunda tristeza durante los ritos de despedida. El doliente siente soledad y vacío cuando está en casa, se pueden producir enfados con la persona que ha fallecido o con la vida por ser injusta, tiende a estar más irritable con las personas de su alrededor, es usual que pierdan las ganas de hacer cosas, etcétera.
Pero no siempre es así. Puede ser que el duelo se bloquee, o se oculte y se manifieste tiempo después. A veces, cuando la realidad es demasiado abrumadora y no se tienen los recursos para hacerla frente, se bloquean las posibles reacciones a esta realidad.
Imaginemos que no nos gustan las alcachofas y que nos ponen un plato lleno a rebosar de ellas, cogemos un trozo a regañadientes y nos lo empezamos a comer. Cuando lo hemos masticado dos veces y tenemos toda la boca con sabor a alcachofa, además del plato enorme, también nos colocan en la mesa una fuente cinco veces más grande, para que nos la comamos. En ese primer instante en el que vemos cómo se posa la fuente en la mesa, probablemente ocurra un momento de bloqueo, como diciendo “no puede ser”. Esa situación concreta de aturdimiento, también se puede dar en el duelo y además, puede prolongarse durante mucho tiempo.