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El duelo desautorizado: Cuando la sociedad no deja espacio al dolor

Pilar Pastor, psicóloga de FMLC

 

© MalagónHay procesos de duelo que parece que no tienen derecho a ser llorados. Parece darse por hecho que hay determinadas experiencias de pérdida que no van a doler o, por lo menos, que el dolor va durar sólo unos días: cuando fallece un padre o una madre a edad muy avanzada, los abuelos, un duelo perinatal, el fallecimiento de una pareja cuya relación no era admitida, la muerte de un sobrino, o de un familiar con el que no había buena relación…

Todos ellos son ejemplos de procesos de duelos a los que socialmente no se les da un espacio, o que parece que van a tener una rápida recuperación. En la literatura sobre el duelo se les denomina “duelos desautorizados”.

Reacciones ante un duelo desautorizado

El doliente que atraviesa un proceso de este tipo suele sentir culpa o dudas sobre si sus sentimientos son válidos o no. Cuando el entorno y la sociedad le apremian para que se sienta mejor y para recuperarse rápido -minimizando la importancia del dolor y de este tipo de fallecimientos-, el doliente puede sentirse inseguro con respecto a los derechos que tiene acerca de su dolor.

En otras ocasiones lo que puede suceder es que el doliente no sienta espacio para dolerse, es decir: que no encuentre en su entorno más próximo ni el reconocimiento ni el apoyo necesario para elaborar su duelo.

También suelen aparecer sentimientos de rabia y enfado hacia los demás, ante la falta de permiso para estar triste. Cuando el doliente no encuentra este espacio o apoyo en los demás, e incluso siente presión para estar mejor, aparece una tendencia al aislamiento. Este aislamiento se demuestra dejando de quedar con los amigos, no compartiendo con los demás cómo se siente y escondiendo cada vez más el dolor.

Las tareas del duelo desautorizado

Todas estas emociones generan en el doliente un nivel de tensión interna y de ansiedad que aumenta la intensidad de los síntomas propios del duelo, sumando más pena al dolor propio de la pérdida y añadiendo una complicación más a su elaboración. El doliente tiene que convivir con una sensación de falta de capacidad o de debilidad.

El doliente que se encuentra en este proceso debe afrontar un doble trabajo: el de elaboración del duelo y, a nivel interno, el de crecimiento personal. Para poder encontrar un espacio para su dolor, el doliente tendrá que crearlo en su entorno y eso requiere una serie de cambios y de procesos: puede implicar pedir ayuda al entorno, defender su proceso de duelo y su dolor, o dar más explicaciones acerca de lo que se está sintiendo, sin esperar a que los demás adivinen lo que está pasando por su interior.

En cualquier caso, el doliente se enfrenta a la tarea de examinarse internamente, a confrontarse consigo mismo y a observar cómo se está relacionando con el dolor y los demás.

Dificultades del duelo desautorizado

A veces, esperamos que los demás se pongan en nuestro lugar y, cuando sentimos que no lo están haciendo, nos sentimos desamparados y poco atendidos. A menudo esto implica una falta de comunicación real y auténtica, no tanto a través de exigencias –ya que no podemos obligar a nadie a que nos dé lo que no puede darnos-, sino a través de una comunicación desde la autenticidad y desde el corazón, explicando cómo se siente uno y cómo puede ser ayudado.

Eso no significa que automáticamente vayamos a recibir esta ayuda, pero sí es el punto de partida, por un lado, para que el doliente se haga cargo de su proceso (poniéndolo en valor) y, por otro, para que el entorno también empiece a ponerse en la piel de quien está sufriendo.

Qué decir para consolar a alguien en duelo

Parece que el ser humano tiene una tendencia natural a establecer medidas y clasificaciones y, en el duelo, también es frecuente que establezcamos medidas y niveles de dolor. Establecer dichas medidas nos empuja a decir frases hechas como: “Era ley de vida”, “Ya era muy mayor”, “Eres muy joven, ya tendrás otro hijo”, etc.

En el dolor no hay medidas, es una experiencia completamente subjetiva. Por eso, cuando hablamos con estas frases estereotipadas y vacías, dejamos solo a quien está sufriendo y nos distanciamos emocionalmente de él. ¿Qué es lo que nos hace distanciarnos de quien sufre? Sin duda es una respuesta compleja que cada uno debe responder en primera persona.

Reflexionando en voz alta, lo primero que nos viene a la mente es el miedo: nos da miedo el sufrimiento del otro, nos lleva a nuestro propio dolor… lo que nos impulsa a buscar seguridad en el juicio, juzgando y generalizando la experiencia interna e íntima del otro, que por definición es única. Por lo tanto, solo podremos conocerla estando a su lado y escuchándolo.

Todas estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda psicológica gratuita, no dude en consultar nuestra página web:

   www. fundacionmlc.org

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